solo pidió las obras, pero al cruzar miradas, el millonario hizo lo que nadie se atrevía. “¿Puedo quedarme con sus obras, señor?” La voz temblorosa de Sofía cortó el aire del elegante restaurante como un cuchillo. Las conversaciones se detuvieron. Los tenedores quedaron suspendidos en el aire.
Todos los ojos se clavaron en la joven de cabello rubio, recogido en un chongo despeinado que sostenía un bebé envuelto en una manta desgastada. Matías Guerrero levantó la vista de sus documentos. Sus ojos oscuros se encontraron con los verdes de ella, llenos de lágrimas contenidas y desesperación. “Mi bebé no ha comido en todo el día”, continuó Sofía, su voz quebrándose.
“Solo solo necesito las obras.” El silencio fue ensordecedor. Una mujer en la mesa de al lado susurró algo sobre la clase de gente que debería estar aquí. El mesero se acercó con paso firme. “Señora, me temo que tendrá que retirarse”, dijo el mesero tomándola del brazo. “Espere.” La voz de Matías resonó con autoridad. “Suéltela.

” El mesero obedeció inmediatamente. Todos conocían a Matías Guerrero en ese restaurante, no solo por ser cliente frecuente, sino porque era dueño de la cadena más exitosa de restaurantes de Buenos Aires. Sofía miró a Matías con una mezcla de esperanza y temor.
Santiago, su bebé de tres meses, comenzó a llorar con más fuerza. “¿Siéntes”, dijo Matías señalando la silla frente a él? No, señor, yo solo quería repitió esta vez con una sonrisa que suavizó sus facciones. Por favor, Sofía dudó. Los otros comensales los observaban como si fueran el espectáculo principal de la noche. Finalmente se sentó en el borde de la silla como si estuviera lista para salir corriendo en cualquier momento.
¿Cómo se llama?, preguntó Matías. Sofía. Sofía Ramírez. Y él es Santiago. ¿Cuándo fue la última vez que comió algo caliente Sofía? Ella bajó la mirada avergonzada. Ayer no anteayer. Pero no importa, yo puedo aguantar. Es mi bebé quien mesero. Matías levantó la mano. Traiga el menú completo. Empezamos con la sopa de verduras, luego el lomo con puré y de postre flancacero.
Señor, no puedo pagar. No le estoy pidiendo que pague, la cortó Matías. Tengo una pregunta, ¿dónde consiguió ese collar? Sofía llevó instintivamente la mano al pequeño, dije en forma de estrella que colgaba de su cuello. Era lo único de valor que tenía, lo único que quedaba de su infancia.
Era de mi mamá, bueno, de mi mamá adoptiva. Murió cuando yo tenía 15 años. El corazón de Matías se aceleró. Ese collar era idéntico al que había regalado a su hermana menor el día antes de que sus padres lo separaran. Había sido durante la crisis del 2001 cuando sus padres ya no pudieron mantenerlos juntos.
¿Recuerda algo de cuando era pequeña antes de la adopción? Muy poco. Sofía frunció el seño. ¿Por qué me pregunta eso? Antes de que Matías pudiera responder, llegó la sopa. Sofía la miró como si fuera un tesoro. “Coma”, dijo él suavemente. Después hablamos. Sofía comió con una mezcla de hambre y dignidad que partió el corazón de Matías.
Entrebocados le daba pequeños sorbos de agua tibia a Santiago, quien finalmente se había calmado. “¿Dónde vive?”, preguntó Matías cuando ella terminó la sopa. “En bueno, no tengo un lugar fijo. Perdí mi trabajo cuando estaba embarazada. El papá de Santiago se fue cuando se enteró. He estado moviéndome. ¿Sabe cocinar? Sí. Trabajé en una cocina antes de ser secretaria. ¿Por qué? Matías sonríó.
Había algo en esta joven que lo tranquilizaba y lo inquietaba al mismo tiempo, algo familiar que no podía identificar completamente. Tengo una propuesta para usted. Trabajo en uno de mis restaurantes y un departamento pequeño para usted y Santiago. Nada lujoso pero seguro. Sofía dejó caer la cuchara. La ¿Por qué haría eso por mí? Ni siquiera me conoce. Digamos que tengo una buena impresión de usted.
Lo que no le dijo era que ese collar lo había transportado 15 años atrás al día más doloroso de su vida. El día que perdió a su hermanita Carolina de apenas 8 años cuando el sistema de adopción lo separó para siempre. No acepto caridad, dijo Sofía levantando el mentón con orgullo. No es caridad, es trabajo. Usted trabajará por su sueldo y su vivienda. Acepta.
Sofía miró a Santiago, quien había comenzado a dormirse en sus brazos. Pensó en las noches frías en las plazas, en los días sin comer, en la incertidumbre constante. “Acepto”, murmuró, “Pero quiero que sepa que soy una mujer honrada.” “No lo dudo,” respondió Matías. “Mañana la espero en el restaurante Raíces en Villac. Pregunte por mí.
” Cuando Sofía se levantó para irse, Matías no pudo evitar observar nuevamente el collar. Sería posible que después de tantos años, Sofía la llamó cuando ella se dirigía a la puerta. ¿Cuál era su apellido antes de la adopción? Ella se detuvo confundida. No lo recuerdo. Era muy pequeña. ¿Por qué es importante? Solo curiosidad, mintió Matías. Nos vemos mañana.
Mientras Sofía desaparecía en la noche lluviosa, Matías se quedó inmóvil en su asiento. Esa noche, por primera vez en años, no pudo concentrarse en sus negocios. Solo podía pensar en una cosa. ¿Había encontrado finalmente a su hermana perdida? O tal vez, tal vez había encontrado algo completamente diferente. Sofía llegó al restaurante Raíces con Santiago en brazos y una mezcla de nervios y determinación.
El lugar era más acogedor que el ciervo dorado, con paredes de ladrillo expuesto y plantas que colgaban del techo. Olía a especias y pan recién horneado. Sofía Ramírez, una mujer elegante de unos 30 años, se acercó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Soy Elena Castillo, asistente de Matías. Él me pidió que la recibiera.
Mucho gusto, respondió Sofía, notando inmediatamente la tensión en la voz de Elena. Matías tuvo que salir por una emergencia. Yo la llevaré a su departamento y le explicaré sus responsabilidades. Elena la guió por las calles de Villacrick hasta un edificio de tres pisos con fachada de ladrillo. El departamento era pequeño pero limpio, una habitación, una cocina básica y un baño.
Para Sofía, que había pasado semanas durmiendo en plazas, era un palacio. Su trabajo será supervisar el inventario y ayudar en la administración”, explicó Elena mientras dejaba una carpeta sobre la mesa. El sueldo no es mucho, pero incluye este lugar y comida del restaurante. “Gracias”, murmuró Sofía aún sin creer su suerte. “Una cosa más, Elena se detuvo en la puerta.
Matías es muy generoso, pero no se confunda. Él y yo tenemos historia. Solo quería que lo supiera. Después de que Elena se fuera, Sofía se sentó en el pequeño sofá con Santiago. ¿En qué se había metido? Los primeros días en raíces fueron como un sueño.
Sofía descubrió que tenía un talento natural para organizar la cocina y manejar las cuentas. Los empleados la respetaban y Santiago se había convertido en la mascota del lugar. Matías aparecía cada tarde, siempre con alguna excusa para quedarse más tiempo del necesario. Observaba a Sofía trabajar, la forma en que probaba los platillos y sugería mejoras. Cómo consolaba a Santiago cuando lloraba.
Tiene buen paladar, le dijo una tarde después de que ella había sugerido cambiar la receta del chimichurri. Mi mamá adoptiva cocinaba mucho. Aprendí observándola. ¿Recuerda algo más de su infancia? Antes de la adopción, Sofía se encogió de hombros. Fragmentos. Recuerdo una casa con un jardín grande y a un niño mayor que me cuidaba. Pero todo es muy confuso.
El corazón de Matías se aceleró. Él había cuidado de Carolina en el jardín de su casa de la infancia. ¿Cómo era ese niño? Cari cariñoso. Me enseñó a hacer collares con piedritas. me regaló este, tocó la estrella que siempre llevaba al cuello, pero después de la adopción traté de no pensar en el pasado. Dolía mucho.
Matías sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Él había hecho ese collar para Carolina con sus propias manos cuando tenía 12 años. Sofía, yo Matías. Elena apareció en la cocina. Te estaba buscando. Tienes una junta en 10 minutos. La interrupción rompió el momento. Matías se fue con Elena, pero no antes de mirar una vez más el collar de Sofía. Esa noche en su oficina, Matías no podía concentrarse.
Tomó su teléfono y marcó el número de un investigador privado. “Necesito que investigues a alguien”, dijo cuando contestaron. Sofía Ramírez, 23 años. Quiero saber todo sobre su pasado, especialmente su adopción. Mientras tanto, en su pequeño departamento, Sofía no podía dormir.
Había algo en la forma en que Matías la miraba, algo que la hacía sentir protegida y confundida al mismo tiempo. Era imposible que un hombre como él se interesara en alguien como ella. Los días pasaron y la relación entre Matías y Sofía se volvió más cercana. Él comenzó a llegar temprano al restaurante solo para desayunar con ella y Santiago. Le trajo ropa para el bebé y libro sobre cocina.
“No necesita hacer todo esto”, le dijo Sofía una mañana mientras él jugaba con Santiago. “Quiero hacerlo”, respondió Matías levantando al bebé en brazos. “Ustedes dos se han vuelto importantes para mí.” ¿Por qué? Sofía lo miró directamente a los ojos. “¿Por qué nos ayuda tanto?” Matías dudó. Tías, ¿cómo explicarle que creía que ella era su hermana perdida? ¿Cómo decirle que al mismo tiempo, cada día que pasaba, comenzaba a sentir algo que no era para nada fraternal? Porque me recuerdas a alguien muy importante que perdí hace mucho tiempo. Una novia, ¿no? Mi hermana. Sofía se quedó en silencio
procesando la información. ¿Cómo la perdió? Nos separaron cuando éramos niños durante la crisis del 2001. Nunca volví a verla. Elena, que había estado escuchando desde la puerta, sintió una punzada de celos. Matías nunca le había hablado así de su hermana. Nunca había visto esa ternura en sus ojos cuando hablaba con ella.
Esa tarde, después de que Matías se fuera, Elena se acercó a Sofía. “Él cree que eres su hermana perdida”, le dijo sin rodeos. “¿Qué? Sofía palideció. Por eso te ayuda, por eso está tan interesado en ti. Cree que eres Carolina, su hermana menor. Sofía se sentó lentamente con Santiago en brazos. Eso es, eso es imposible. Lo es. Elena sonrió con malicia. Piénsalo.
Tu edad, tu collar, tu pasado adoptivo. Él ya contrató a un investigador para confirmarlo. Sofía sintió que el mundo se tambaleaba. Si Matías creía que era su hermana, entonces todo lo que había sentido, toda la conexión que había imaginado entre ellos era una ilusión. No me digas que no lo habías notado, continuó Elena. la forma en que te mira como si fueras un fantasma del pasado.
Esa noche Sofía no pudo dormir. Cada gesto de Matías, cada palabra cariñosa, cada momento de ternura, ahora tenía un significado completamente diferente. Él no la veía como mujer, la veía como la hermana que había perdido. Y lo peor de todo era que ella había comenzado a enamorarse de él.
Dos semanas después, Matías recibió la llamada que había estado esperando. El investigador privado tenía los resultados. “Señor Guerrero, lamento informarle que Sofía Ramírez no es su hermana.” La voz sonaba clara a través del teléfono. “Carolina Guerrero fue adoptada por una familia en Córdoba y murió en un accidente de tránsito hace 5 años. Tengo todos los documentos.
” Matías sintió como si le hubieran quitado un peso enorme de los hombros y al mismo tiempo como si hubiera perdido algo importante. Sofía no era Carolina. Eso significaba que todos esos sentimientos confusos que había estado experimentando. ¿Estás seguro?, preguntó completamente. El collar que usa la señorita Ramírez es una coincidencia.
Su madre adoptiva le contó que lo compró en un mercado de pulgas cuando era niña. Después de colgar, Matías se quedó inmóvil en su oficina. Durante semanas había luchado contra sentimientos que creía prohibidos. Había intentado convencerse de que lo que sentía por Sofía era cariño fraternal, pero su corazón sabía la verdad. Estaba enamorado de ella.
Esa tarde llegó a raíces más temprano que nunca. Sofía estaba en la cocina. probando la salsa para los ñokis del día siguiente. Santiago dormía en su cargador cerca de la estufa donde hacía calor. “Sofía, necesito hablar contigo.” Ella se tensó. Durante días había estado distante, casi fría con él. Elena le había dicho que ya tenía los resultados de la investigación.
“Si es sobre la investigación, ya sé que no soy tu hermana”, dijo sin mirarlo. Elena me lo contó. “Elena, ¿te dijo qué?” La voz de Matías se endureció. Que me investigaste porque creías que era Carolina, que por eso me ayudaste. Matías cerró los ojos. Elena había estado interfiriendo otra vez. Sofía, mírame. Su voz era suave pero firme. Ella se volteó lentamente.
Sus ojos verdes estaban llenos de dolor y confusión. Es cierto que al principio pensé que podría ser mi hermana, tu collar, tu edad, tu historia. Todo coincidía, pero eso cambió hace semanas. Cambió cómo Matías se acercó un paso. Cambió cuando me di cuenta de que lo que siento por ti no tiene nada que ver con mi hermana perdida.
El corazón de Sofía comenzó a latir más rápido. No entiendo. Me enamoré de ti, Sofía, de la mujer valiente que pidió sobras para alimentar a su hijo. De la madre que trabaja incansablemente para salir adelante, de la persona que hace que mi mundo tenga sentido. Sofía retrocedió sacudiendo la cabeza. No puedes hablar en serio. Somos de mundos completamente diferentes.
Los mundos no importan. Matías la siguió. Lo que importa es esto, señaló el espacio entre ellos. Lo que sentimos cuando estamos juntos. Tú no sabes lo que yo siento. Entonces dímelo. Dime que no sientes nada cuando nos miramos. Dime que cuando juego con Santiago no deseas que fuera una familia de verdad. Los ojos de Sofía se llenaron de lágrimas.
No es tan simple, Matías. Yo tengo un pasado responsabilidades y yo tengo presente, un presente que quiero compartir contigo y con Santiago. La lluvia había comenzado a caer afuera, igual que aquella primera noche. Matías tomó las manos de Sofía entre las suyas. Ven conmigo. ¿A dónde? Al lugar donde nos conocimos.
Sofía dudó, pero algo en la intensidad de su mirada la convenció. Dejaron a Santiago durmiendo en la oficina del restaurante bajo el cuidado de la cocinera de confianza y caminaron hasta el ciervo dorado. La lluvia caía suavemente mientras se pararon frente al ventanal del restaurante. Matías tomó el rostro de Sofía entre sus manos. Aquí fue donde mi vida cambió, dijo.
Cuando una mujer valiente me enseñó que hay cosas más importantes que el dinero. Cuando descubrí que podía amar de una forma que nunca imaginé. Matías, te amo, Sofía, no como hermano, no por lástima, no por caridad. Te amo como hombre, te amo por quien eres. Y antes de que ella pudiera responder, la besó bajo la lluvia.
Fue un beso al principio, tentativo, pero cuando Sofía correspondió, se volvió apasionado y desesperado. Cuando se separaron, ambos estaban llorando. Yo también te amo susurró Sofía. Pero tengo miedo. ¿De qué? de que un día te des cuenta de que cometiste un error, de que encuentres a alguien de tu clase social. Mi clase social eres tú ahora. Tú y Santiago.
Los siguientes meses fueron los más felices de la vida de Sofía. Matías la cortejó como una verdadera dama, le llevaba flores, la invitaba a cenar, jugaba con Santiago como si fuera su propio hijo. Santiago había comenzado a decir papá cuando veía a Matías, lo que derretía el corazón de ambos adultos.
Una noche de julio, cuando habían estado juntos dos meses, Matías llegó al departamento con una expresión nerviosa. ¿Todo bien?, preguntó Sofía notando su agitación. Más que bien, sonrió él. Sofía, estos dos meses han sido los mejores de mi vida. Despierto cada día emocionado de verte, de estar con Santiago, de construir algo real contigo. Sofía sonríó, pero notó que él temblaba ligeramente. Matías.
Él se arrodilló frente a ella, sacando una pequeña caja de tercio pelo. Cásate conmigo, Sofía. Sé que es rápido, sé que apenas nos conocemos, pero también sé que nunca he estado más seguro de algo en mi vida. Sofía se llevó las manos a la boca con los ojos llenos de lágrimas. ¿Estás seguro? Realmente seguro nunca he estado más seguro de nada.
Quiero ser el esposo que mereces y el padre que Santiago necesita. Quiero que seamos una familia de verdad. Sí, susurró Sofía. Sí, me caso contigo. Cuando él le puso el anillo, Santiago comenzó a aplaudir desde su cuna, como si supiera que algo importante estaba sucediendo.
Esa noche, mientras planeaban una boda sencilla para el mes siguiente, ninguno sabía que Elena los observaba desde la ventana con el corazón lleno de celos y una determinación peligrosa de separarlos. El pasado de Sofía estaba a punto de alcanzarlos de la peor manera posible. La felicidad de Sofía y Matías duró exactamente tres semanas.
Un martes por la mañana, mientras Sofía preparaba el desayuno de Santiago en su departamento, alguien tocó la puerta con golpes agresivos. ¿Quién es?, preguntó a través de la puerta. Abre, Sofía. Soy Ricardo, el papá de mi hijo. El mundo de Sofía se desplomó. Ricardo Morales había regresado. Con manos temblorosas abrió la puerta. Ricardo estaba parado en el umbral, más delgado que antes, con ojeras profundas y una sonrisa que no transmitía nada bueno. Hola, amor.
¿No me vas a saludar? ¿Qué quieres, Ricardo? Sofía mantuvo la puerta medio cerrada. Quiero conocer a mi hijo y quiero que hablemos de dinero. No tienes derecho sobre Santiago. Me abandonaste cuando estaba embarazada. Ricardo empujó la puerta y entró sin permiso. Santiago comenzó a llorar desde su cuna. “¡Ah! Pero mira qué lindo está mi niño”, dijo Ricardo acercándose a la cuna.
“Y qué lindo departamento tienes ahora. Me contaron que te conseguiste un novio millonario. Vete de aquí.” Sofía se interpuso entre Ricardo y el bebé. No me voy a ningún lado, verás. Estuve pensando. Ese novio tuyo tiene mucho dinero, ¿verdad? Y yo soy el padre biológico de Santiago. Legalmente tengo derechos.
¿Qué quieres? Digamos que 100,000 pesos mensuales por manutención y si tu noviec no quiere pagar, me llevo al niño conmigo. Sofía sintió que las piernas le temblaban. No tienes cómo mantenerlo. Ni siquiera tienes trabajo. Tengo mis métodos. Ricardo sonrió de manera siniestra. Y tengo amigos que me ayudan, amigos que no les gusta que los padres de familia no puedan ver a sus hijos. La amenaza era clara.
Sofía conocía el tipo de amigos que tenía Ricardo. Te doy una semana para conseguir el dinero o me llevo a Santiago y desapareces de la vida de tu millonario para siempre. Después de que Ricardo se fuera, Sofía se quedó temblando en el suelo, abrazando a Santiago. No podía involucrar a Matías en esto. No podía poner en peligro su vida.
Esa tarde, cuando Matías llegó al restaurante, notó inmediatamente que algo estaba mal. ¿Qué pasa, mi amor? Estás muy pálida. Nada, solo un poco cansada. Pero Matías la conocía demasiado bien. Durante la cena, Sofía apenas tocó su comida y mantuvo a Santiago pegado a ella todo el tiempo. Sofía, háblame. ¿Qué está pasando? Es solo sus ojos se llenaron de lágrimas.
A veces pienso que todo esto es demasiado bueno para ser verdad. ¿A qué te refieres? A nosotros, a esta vida. Vengo de un mundo muy diferente, Matías, un mundo peligroso. Matías tomó sus manos. Ese mundo ya quedó atrás. Ahora estás conmigo. Y si no fuera tan simple, ¿y si mi pasado viniera a buscarnos? Entonces lo enfrentaremos juntos.
Pero Sofía sabía que no podía arriesgar la vida de Matías. Ricardo no bromeaba con sus amenazas. Los siguientes días fueron un infierno. Ricardo aparecía en el restaurante en el departamento, siguiendo a Sofía por todas partes. Cada vez sus demandas eran más agresivas. Tu noviecito debe tener mucho dinero guardado”, le dijo una tarde.
“Porque ahora quiero 200,000 y si no los consigo, no solo me llevo al niño, también me aseguro de que tu millonario tenga un accidente.” Esa noche, Sofía tomó la decisión más difícil de su vida. No podía poner en peligro a Matías. No podía arriesgar que lastimaran al hombre que amaba. con el corazón roto, empacó sus pocas pertenencias y las de Santiago. Le escribió una carta a Matías.
Mi querido Matías, cuando leas esto, Santiago y yo ya nos habremos ido. No puedo explicarte por qué, pero tienes que creerme que es lo mejor para todos. No me busques. Mi pasado es demasiado peligroso y no puedo arrastrarte a mi mundo. Eres el mejor hombre que he conocido y mereces a alguien sin tantos problemas. Olvídame. Te amo, Sofía.
Elena, que había estado observando todo desde las sombras, sonrió cuando vio a Sofía salir del edificio con Santiago en brazos a las 3 de la mañana. Su plan había funcionado perfectamente. Había sido fácil contactar a Ricardo a través de conocidos en los barrios bajos. Le había dado toda la información que necesitaba sobre Matías y le había pagado para que presionara a Sofía.
Finalmente tendría a Matías para ella sola. La mañana siguiente, Matías llegó al departamento de Sofía con café y media lunas, como hacía todas las mañanas. Encontró la puerta abierta y el lugar vacío. La carta estaba sobre la mesa de la cocina. Cuando terminó de leerla, Matías se sentó en el suelo y lloró como no lo hacía desde que era niño. Su mundo perfecto se había desmoronado en una sola noche.
Sofía! Gritó su nombre en el departamento vacío, pero solo el eco le respondió. Afuera, Buenos Aires seguía con su ritmo normal, ajena al corazón roto de un hombre que había perdido a la mujer que amaba y al niño que había llegado a considerar su hijo. Elena apareció una hora después fingiendo sorpresa.
“Matías, ¿qué pasó? ¿No contestas el teléfono?” Y se fue, murmuró él sin levantar la vista. Sofía se fue. Elena se acercó y puso una mano consoladora en su hombro, ocultando su sonrisa de triunfo. Lo siento mucho, pero tal vez, tal vez es lo mejor. Matías la miró con una expresión que Elena nunca había visto antes. Era dolor puro, mezclado con algo peligroso.
¿Cómo puedes decir eso? Porque ustedes eran de mundos muy diferentes, Matías. Tal vez ella se dio cuenta de eso, pero Matías sabía que había algo más. Sofía no se habría ido sin una razón poderosa y él iba a descubrir cuál era. Tres meses habían pasado desde la desaparición de Sofía y Matías había convertido su vida en una misión, encontrarla.
Cerró temporalmente dos de sus restaurantes y contrató a los mejores investigadores privados de Argentina. “Nada, señor guerrero,”, le informó el detective principal una tarde. Es como si hubieran desaparecido del mapa. No hay registros de trabajo, no hay movimientos bancarios, nada. Matías golpeó el escritorio con frustración. Tienen que estar en algún lado.
Una mujer con un bebé no puede simplemente evanecerse, a menos que esté usando documentos falsos. Esa posibilidad había estado rondando la mente de Matías. ¿Y qué clase de pasado tenía Sofía que la obligó a huir de esa manera? Mientras tanto, en los viñedos de Mendoza, Sofía trabajaba bajo el sol ardiente con el nombre de María González.
Había conseguido documentos falsos a través de contactos que prefería no recordar. Y ahora cortaba uvas desde el amanecer hasta el atardecer. Santiago, ahora de 6 meses, estaba más delgado. El dinero apenas alcanzaba para lo básico y él necesitaba medicamentos que Sofía no podía costear. María, el niño no se ve bien”, le dijo Rosa, la mujer mayor que trabajaba junto a ella. “Deberías llevarlo al médico.
” “No tengo dinero para médicos”, murmuró Sofía limpiándose el sudor de la frente. Esa noche, en su pequeño cuarto en una casa de huéspedes, Sofía lloró abrazando a Santiago. El bebé tenía fiebre y ella no sabía qué hacer. “Perdóname, mi amor”, le susurró. Perdóname por alejarte de la vida que podrías haber tenido.
En Buenos Aires, Elena observaba como Matías se consumía a día. Ya no era el hombre seguro y exitoso que había conocido. Tenía ojeras profundas y había perdido peso. Pasaba las noches revisando archivos y mapas, buscando cualquier pista. Matías, tienes que parar”, le dijo Elena una noche. “Te estás matando.” “No voy a parar hasta encontrarla”, respondió él sin levantar la vista de los documentos.
“¿Y si no quiere ser encontrada? ¿Y si realmente decidió que era mejor así?” Matías la miró con ojos inyectados de sangre. “Sofía, me ama, Elena. Sé que me ama. Algo la obligó a irse y voy a descubrir qué fue.” Elena sintió una punzada de culpa que trató de ignorar. Su plan había funcionado, pero ver a Matías así la hacía sentir incómoda.
Tal vez deberías considerar la posibilidad de que no. Matías se levantó bruscamente. No voy a considerarlo. Ella está en algún lugar necesitándome y yo voy a encontrarla. La culpa finalmente venció a Elena. Una semana después apareció en la oficina de Matías con lágrimas en los ojos. Tengo que contarte algo”, dijo con voz temblorosa.
“¿Qué pasa?” “Es sobre Sofía, sobre por qué se fue.” Matías dejó caer los papeles que tenía en las manos. “¿Tú sabes por qué se fue.” Elena se desplomó en una silla llorando. “Yo yo contraté a Ricardo Morales para que la amenazara.” El silencio que siguió fue ensordecedor. Matías la miró como si fuera una extraña.
“¿Qué dijiste? Estaba celosa, Matías. Te amaba desde hace años y no podía soportar verte con ella. Contacté al padre del bebé y le dije dónde encontrarla. Le pagué para que la presionara. Le pagaste para que amenazara a Sofía. La voz de Matías era peligrosamente baja. Sí. Él le pidió dinero y la amenazó con llevarse al bebé.
También también la amenazó contigo. Le dijo que te haría daño si no desaparecía. Matías se acercó a Elena. lentamente. ¿Dónde está Ricardo ahora? No lo sé. Después de que Sofía se fue, desapareció también. Creo que se fue a vivir a las villas. Matías tomó su teléfono y marcó el número de su investigador. Quiero que encuentres a Ricardo Morales y cuando lo encuentres, tráemelo. Matías, lo siento tanto.
Soyosó Elena. No pensé que Sal de mi oficina. Su voz era fría como el hielo. Y no vuelvas nunca más. Por favor, déjame ayudarte a arreglar esto. Sal. Dos días después, el investigador trajo a Ricardo a la oficina de Matías. El hombre estaba claramente nervioso. ¿Usted es el novio de Sofía? Matías lo estudió.
Ricardo era más bajo de lo que había imaginado con el aspecto típico de alguien que había vivido en las calles demasiado tiempo. ¿Dónde está? No lo sé, se lo juro. Después de que se fue, nunca más la vi. ¿Por qué la amenazaste? Ricardo se encogió de hombros. La rubia me pagó. Me dijo que si la presionaba lo suficiente, se iría y usted estaría disponible otra vez.
Matías cerró los ojos tratando de controlar su ira. ¿Qué le dijiste exactamente? Que si no me daba dinero, me llevaría al bebé y que si no desaparecía de su vida, le haría daño a usted. ¿Y ahora qué quieres? Ricardo se sorprendió por la pregunta. ¿Cómo? Dime, ¿qué quieres de la vida? ¿Quieres seguir siendo un delincuente de poca monta o quieres algo mejor? Yo no entiendo. Matías se acercó a él. Te voy a hacer una oferta.
Te doy trabajo en uno de mis restaurantes. Te ayudo a rehabilitarte. Y a cambio renuncias para siempre a cualquier derecho sobre Santiago documentado legalmente. ¿Por qué haría eso por mí? Porque odiar es muy cansado y porque necesito que Sofía sepa que ya no eres una amenaza. Ricardo lo miró con incredulidad. De verdad me daría trabajo.
De verdad, pero si alguna vez alguna vez te acercas a Sofía o a Santiago con malas intenciones, te vas a arrepentir el resto de tu vida. ¿Entendido? ¿Entendido? Una semana después, con los papeles firmados y Ricardo trabajando como lavaplatos en uno de sus restaurantes, Matías intensificó su búsqueda.
Ahora sabía que Sofía había huido por miedo, no por falta de amor. El rastro lo llevó finalmente a Mendoza, donde un trabajador de viñedos recordaba haber visto a una mujer joven con un bebé. Sí, trabaja aquí. Se hace llamar María, pero todos sabemos que no es su verdadero nombre. Es buena trabajadora, pero el niño está enfermo. El corazón de Matías se aceleró. ¿Dónde puedo encontrarla? En los viñedos del norte.
Pero, señor, si usted es el papá del bebé, apúrese. El niño necesita un médico. Matías no esperó ni un segundo más. Condujo hasta los viñedos sin parar, con el corazón latiendo tan fuerte que podía escucharlo en sus oídos. Al atardecer, entre las hileras de vides cargadas de uvas maduras, la vio.
Sofía estaba agachada, cortando racimos con Santiago amarrado a su espalda. Estaba más delgada, con el cabello recogido bajo un pañuelo, pero seguía siendo la mujer más hermosa que había visto. Sofía la llamó suavemente. Ella se volteó lentamente y al verlo se quedó inmóvil. El racimo de uvas cayó de sus manos. Matías, susurró como si fuera un fantasma.
Te encontré, dijo él acercándose lentamente. Finalmente te encontré. No deberías estar aquí. Sofía retrocedió abrazando a Santiago contra su pecho. Es peligroso para ti. El único peligro ya no existe. Matías siguió acercándose. Ricardo firmó la renuncia de patria potestad. Elena confesó todo. Ya no hay nada que temer.
Sofía lo miró con incredulidad. Elena confesó, me contó cómo te amenazó, Ricardo, cómo lo contrató para separarnos. Todo, Sofía. Ya sé por qué te fuiste. Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Sofía. Pensé que si me quedaba te haría daño. No podía permitir que SH. Matías finalmente llegó hasta ella y tomó su rostro entre sus manos.
Ya pasó, ya no tienes que huir. Santiago, que había estado muy callado, levantó la cabecita y al ver a Matías, extendió sus brazos hacia él con una sonrisa débil. “Papá”, murmuró con voz ronca. Matías tomó al bebé en sus brazos y notó inmediatamente que estaba febril. “Está enfermo”, dijo Sofía llorando. “Necesita medicinas que no puedo costear.
He estado trabajando día y noche, pero no es suficiente. Ahora mismo lo llevamos al hospital. Matías cargó a Santiago mientras tomaba la mano de Sofía. Todo va a estar bien. Matías, hay algo más que debo decirte. Sofía se detuvo. Otra razón por la que me fui. ¿Qué cosa? Sofía respiró profundo, reuniendo valor. Estoy embarazada de ti.
Matías se quedó inmóvil procesando las palabras. Embarazada de dos meses. Me enteré justo antes de que Ricardo apareciera. Tenía miedo de que pensaras que te estaba atrapando, que solo quería tu dinero, especialmente con toda la diferencia que hay entre nosotros. Matías dejó a Santiago cuidadosamente en los brazos de Sofía y se arrodilló entre las vides de Ubardecer dorado iluminando su rostro.
Pensaste que me molestaría saber que voy a ser papá. No sabía qué pensar. Todo pasó tan rápido entre nosotros. Y luego, Ricardo, Sofía, ¿sabes cuál ha sido el sueño de mi vida? Ella negó con la cabeza tener una familia, una familia de verdad, construida con amor y tú me estás dando exactamente eso.
Matías sacó el mismo anillo que le había ofrecido meses atrás, que había llevado consigo todos estos meses de búsqueda. Cásate conmigo, Sofía, no porque estés embarazada, no por Santiago, sino porque te amo, porque estos tres meses sin ti han sido el infierno. Porque no puedo imaginar mi vida sin ustedes. ¿Estás seguro, Sofía? Soyzó.
Vengo con muchos problemas, Matías, y yo vengo con muchas soluciones. Somos un equipo perfecto. Santiago comenzó a aplaudir débilmente desde los brazos de su madre, como había hecho la primera vez. “Sí”, susurró Sofía. Sí, me caso contigo. Cuando Matías le puso el anillo por segunda vez, el sol se estaba poniendo entre los viñedos, creando un paisaje dorado y mágico.
Pero primero, dijo Matías levantándose, “levemos a nuestro hijo al médico.” “Nuestro hijo.” Las palabras resonaron en el corazón de Sofía como una melodía hermosa. El hospital más cercano estaba a una hora de distancia. Durante el camino, Matías le contó todo. Cómo Elena había confesado, cómo había encontrado a Ricardo, la oferta de trabajo y rehabilitación. ¿Le diste trabajo? Preguntó Sofía sorprendida.
Alguien me enseñó que a veces la gente hace cosas malas porque no ha tenido mejores opciones. Matías tomó su mano. Ricardo necesitaba una oportunidad, no más castigo. En el hospital, los médicos diagnosticaron a Santiago con una infección respiratoria que se curó fácilmente con antibióticos. Después de dos días de observación pudieron llevarlo a casa, pero Sofía ya no tenía casa en Mendoza. Nos quedamos aquí, decidió Matías. en los viñedos.
Aquí, ¿por qué? Porque fue aquí donde nos reencontramos. Porque este lugar es especial para nosotros ahora. Matías compró una pequeña propiedad en Los viñedos, una casa de piedra con vista a las montañas. Era sencilla, pero perfecta para una familia.
Durante las siguientes semanas, mientras esperaban la fecha de la boda, transformaron no solo la casa, sino también sus vidas. Matías vendió la mayoría de sus restaurantes en Buenos Aires y abrió uno nuevo en Mendoza, Raíces, donde Sofía trabajaba como chef ejecutiva y socia. Ricardo, fiel a su palabra, había permanecido en Buenos Aires trabajando honestamente y asistiendo a reuniones de rehabilitación. Un día llamó a Matías. Señor Guerrero, quería agradecerle.
Por primera vez en años me siento como una persona decente. Sigue así, Ricardo. Todo el mundo merece una segunda oportunidad. Elena también había cambiado. Después de perder su trabajo, había comenzado terapia y había encontrado trabajo en una organización sin fines de lucro. Le escribió una carta a Sofía.
No espero que me perdones, pero quería que supieras que me arrepiento profundamente de lo que hice. Matías es feliz contigo de una manera que nunca fue conmigo. Y finalmente, entiendo que el amor verdadero es querer la felicidad de la otra persona, incluso si no es contigo. Te deseo toda la felicidad del mundo. Una tarde, mientras Sofía cocinaba en su nuevo restaurante y Santiago jugaba en su sillita, Matías se acercó por atrás y puso las manos en su vientre, que ya comenzaba a notarse. ¿Cómo está nuestro bebé hoy? Activo rió Sofía.
Creo que va a ser futbolista o chef como su mamá. Sofía se volteó en sus brazos. ¿Alguna vez te arrepientes de haber cambiado toda tu vida por nosotros? Jamás. Matías la besó suavemente. Tú no cambiaste mi vida, Sofía, la salvaste. Santiago, que ahora caminaba con pasos torpes, se acercó a ellos y abrazó las piernas de Matías.
“Papá, mamá”, dijo claramente su nueva palabra favorita. “Así es, mi amor.” Sofía lo levantó. “Somos una familia. Al día siguiente llegó la fecha de la boda. Habían decidido casarse exactamente un año después de su reencuentro en los mismos viñedos donde Matías la había encontrado. La ceremonia sería pequeña e íntima, tal como habían soñado.
Solo los trabajadores de los viñedos, algunos amigos de Mendoza y una invitada especial que había llegado de Buenos Aires. Elena estaba ahí, no como la ex de Matías, sino como alguien que finalmente había encontrado la paz consigo misma y quería ser testigo de la felicidad que había estado a punto de destruir.
Mientras Sofía se preparaba en la casa de piedra, mirándose en el espejo con su vestido sencillo pero elegante, Santiago se aferró a su falda. “Mami bonita”, dijo. Y Sofía supo que todo había valido la pena. Afuera, entre las vides cargadas de uvas maduras, Matías esperaba a la mujer que había transformado su mundo, listo para comenzar el capítulo más hermoso de sus vidas.
18 meses habían pasado desde aquella noche lluviosa cuando Sofía pidió las obras de comida de un extraño. Ahora, en una hermosa mañana de primavera en los Viñedos de Mendoza, todo había cambiado. La ceremonia se celebró al atardecer, cuando el sol pintaba las montañas de color dorado. Sofía caminó por el sendero entre las vides con su vestido de encaje sencillo, llevando en brazos a Valentina, su hija de 4 meses, mientras Santiago de 2 años, caminaba a su lado con paso decidido, cargando una pequeña almohada con los anillos. Matías esperaba al final del
sendero, vestido con un traje gris claro con lágrimas en los ojos. A su lado estaba el juez de paz y entre los invitados se encontraban Rosa y los otros trabajadores de los viñedos, algunos amigos de Mendoza y Elena, quien había sido elegida como madrina de la boda. Dearly beloved, comenzó el juez, pero Santiago lo interrumpió.
Papá! Gritó corriendo hacia Matías con los anillos. La risa llenó los viñedos. Matías levantó a Santiago en brazos y lo sentó en sus hombros. ¿Listos, mi amor?, le preguntó a Sofía cuando ella llegó hasta él. Más que lista, respondió ella radiante. Los votos fueron sencillos, pero profundos.
Matías prometió ser el esposo y padre que su familia merecía, mientras Sofía prometió confiar en su amor y nunca más huir de la felicidad. Cuando se besaron como marido y mujer, Santiago aplaudió desde los hombros de su padre. Valentina sonrió en los brazos de su madre y hasta Elena lloró de emoción.
La recepción se celebró en el patio de la Casa de Piedra con mesas largas decoradas con flores silvestres y velas. El menú había sido preparado por Sofía y el equipo del restaurante Raíces, empanadas caseras, asado a la parrilla y para el postre flan casero con dulce de leche. Durante la cena, Ricardo apareció inesperadamente.
Sofía se tensó al verlo, pero Matías se levantó con una sonrisa. Ricardo, me alegra que hayas venido. Ricardo, que lucía completamente diferente, limpio, bien vestido, con peso saludable, se acercó tímidamente. No quería molestar, pero quería traerles esto. Extendió una pequeña caja. La tallé yo mismo en el taller de carpintería del restaurante.
Dentro había una pequeña estrella de madera con las iniciales de Santiago grabadas para que sepa de dónde viene, pero también para que sepa hacia dónde va. dijo Ricardo mirando a Santiago. Quería pedirles perdón a los dos y agradecerles por darme la oportunidad de ser una mejor persona.
Sofía se levantó y abrazó a Ricardo. Gracias por cambiar y gracias por dejarnos ser una familia. Es lo menos que podía hacer. Ricardo sonríó. Ahora tengo mi propio camino que seguir. Después de la cena, mientras los invitados bailaban en el patio, Matías llevó a Sofía y los niños a la mesa que había preparado especialmente en un rincón del jardín.
Era idéntica a la mesa del ciervo dorado donde se habían conocido. “¿Reconoces este lugar?”, preguntó Matías. “Por supuesto”, sonríó Sofía. Aquí fue donde una mujer desesperada pidió sobras a un extraño y donde un hombre solitario encontró a su familia. Habían preparado la misma comida de aquella primera noche, sopa de verduras, lomo con puré y flanca cero.
Pero esta vez no había sobras que pedir, ni hambre que saciar, ni miedo que enfrentar. Santiago se sentó en una silla alta especial, comiendo su puré con las manos y llenándose la cara de comida. Valentina dormía plácidamente en su cochecito mientras la brisa suave mecía las hojas de las vides. “¿Sabes qué es lo más increíble de todo esto?”, dijo Sofía tomando la mano de Matías.
“¿Qué? Que aquel día yo pensé que estaba pidiendo sobras, pero en realidad estaba pidiendo una nueva vida y yo pensé que te estaba dando comida, pero en realidad te estaba dando mi corazón.” Elena se acercó a ellos con una copa de vino en la mano. Perdonen que interrumpa, pero quería hacer un brindis. Los tres levantaron sus copas. Por las segundas oportunidades, dijo Elena, por el perdón, por el amor que vence al orgullo y por las familias que se forman de las maneras más inesperadas.
Salud”, dijeron Matías y Sofía al unísono. Mientras brindaban, Santiago levantó su vasito de leche. “¡Salud!”, gritó y todos rieron. La noche continuó con música suave, risas y conversaciones. Los trabajadores de los viñedos contaron historias de sus propias familias. Elena habló de sus planes de viajar y ayudar a organizaciones benéficas.
Y Ricardo compartió sus sueños de abrir algún día su propio pequeño taller de carpintería. Cuando los últimos invitados se fueron, Matías y Sofía se quedaron solos en el patio con sus hijos dormidos. La luna llena iluminaba los viñedos creando sombras danzantes entre las hojas. “Señora Guerrero”, dijo Matías abrazando a su esposa.
“¿Cómo suena eso?” “Suena perfecto, respondió Sofía recostando su cabeza en su hombro. ¿Sabes en qué estoy pensando?” “¿En qué?” En aquella primera noche, cuando pensé que había tocado fondo. En realidad, ese fue el momento en que mi vida verdadera comenzó. Y ahora, ¿qué sientes? Que tengo tanto que nunca más podré sentir hambre. Matías la giró para mirarla a los ojos.
¿Sabes cuál es la diferencia entre las sobras y un banquete? ¿Cuál? Las sobras alimentan por una noche. Un banquete alimenta el alma para toda la vida. Se besaron bajo las estrellas mientras sus hijos dormían cerca y el viento suave llevaba el aroma de las uvas maduras y las promesas cumplidas. El restaurante Raíces se había convertido en el más popular de Mendoza, no solo por la comida exquisita, sino por la historia de amor que representaba.
Los turistas venían específicamente para cenar en el lugar donde el millonario y la mujer sin hogar se enamoraron. Pero para Matías y Sofía, el verdadero tesoro no estaba en el éxito del restaurante o en el dinero ganado. Estaba en Santiago corriendo entre las vides, en Valentina dando sus primeros pasos, en las cenas familiares llenas de risas y planes para el futuro.
estaba en saber que habían convertido las obras de una noche desesperada en el banquete de toda una vida y en la certeza de que el amor verdadero cuando finalmente llega no solo llena el estómago vacío, sino que alimenta el alma para la eternidad. Así terminó la historia de Sofía y Matías, no con un final, sino con un comienzo sin fin, recordándonos que a veces las bendiciones más grandes vienen disfrazadas de los momentos más desesperados y que nunca sabemos cuándo una simple pregunta puede cambiar el destino para siempre. ¿Puedo quedarme con sus obras, Señor? Yeah.