Tres hijos dejaron solo a su padre anciano en el pueblo durante 3 años, pero cuando se enteraron de que la tierra valía millones, regresaron apresuradamente solo para quedar atónitos con lo que les dijo el alcalde del pueblo en la entrada.

Tres hijos dejaron solo a su padre anciano en el pueblo durante 3 años, pero cuando se enteraron de que la tierra valía millones, regresaron apresuradamente solo para quedar atónitos con lo que les dijo el alcalde del pueblo en la entrada…

Don José, viudo de 75 años, había estado viviendo solo en su pequeña casa ancestral en el tranquilo campo de Veracruz desde que falleció su esposa. Tenía tres hijos —Miguel, Alejandro y Luis— todos establecidos con sus familias en Ciudad de México.

Al principio, aún llamaban de vez en cuando o enviaban regalos en Navidad y Día de Reyes. Pero con el tiempo, incluso esos pequeños gestos desaparecieron. Durante tres largos años, ninguno regresó al pueblo ni siquiera una vez.

Don José pasaba sus días cuidando un pequeño huerto, alimentando a sus gallinas y caminando con dificultad por el patio debido a su espalda adolorida y sus rodillas débiles. Una vez se cayó en la puerta de su casa y tuvo que arrastrarse hasta la calle del pueblo solo para que alguien lo ayudara a levantarse.

Un día, llegó la noticia: el gobierno planeaba un gran proyecto de desarrollo en la zona, y se ofrecía compensación por la tierra —hasta cinco millones de pesos por metro cuadrado. Cuando sus hijos se enteraron, regresaron de inmediato en sus camionetas, trayendo a sus esposas e hijos, cargando maletas y hablando con entusiasmo sobre trámites y avalúos.

Pero al bajarse de sus vehículos en la entrada del pueblo de Santa Clara, antes de poder saludar a su padre, se encontraron con don Ricardo, el alcalde. Su rostro era severo y sus palabras aún más frías:

“Llegaron demasiado tarde. Hace dos semanas, don José donó toda su tierra a un niño huérfano del pueblo llamado Juan. Y antes de firmar los documentos, dejó muy clara su razón:

‘Ya estoy viejo y vivo solo. Ni siquiera sé dónde están mis tres hijos. Pero este niño me trae comida todos los días, limpia mi casa, me da masajes en la espalda y compra mis medicinas. Quien realmente se ocupa de mí, merece lo que dejo atrás.’”

Los tres hermanos quedaron atónitos. Quedaron paralizados, intercambiando miradas de sorpresa y vergüenza.

La esposa de Miguel, incapaz de contenerse, gritó:

“¡Esto es una injusticia! ¡Está viejo! ¿Cómo puede permitirse que firme la tierra sin consultarnos?”

Don Ricardo, calmado y sereno, se encogió de hombros:

“Había un abogado presente y funcionarios del gobierno. Los nuevos papeles de propiedad se emitieron la semana pasada. Si quieren impugnarlo, háganlo ante el tribunal del distrito en Veracruz.”

Solo Luis, el menor y más callado de los tres, se volteó, con los ojos llenos de lágrimas. Recordó las muchas veces que su padre lo había llamado, preguntando suavemente:

“¿Vendrás a casa esta temporada de fiestas?”

Y cómo él siempre respondía:

“Estoy ocupado con un proyecto grande, papá. Te compensaré el próximo año.”

Pero ahora… no habría un próximo año.

Los padres ancianos no necesitan tu dinero. Necesitan tu tiempo.
Y, a veces, cuando te das cuenta… ya es demasiado tarde.

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